¡Adiós Camboya, hola Tailandia!

Y de nuevo en el camino, como diría Kerouac. Esta vez nos despedimos de la maravillosa Siem Reap, y nos montamos en un bus que nos lleva a través del precioso paisaje camboyano hacia la frontera con Tailandia, la cual cruzamos sin esfuerzo (y sin sobornos).

Una vez al otro lado, nos recoge otro autobús que nos lleva durante lo que parece ser una eternidad hacia Bangkok. Lo primero en lo que me fijo, es que conducen por la izquierda. Empezamos mal. Lo segundo, es que Bangkok es enorme, de las ciudades más grandes que he visto en mi vida (junto con Moscú, aunque sin llegar a sus 15 millones), ocho millones de motoristas con autovías, túneles, puentes y cruces entre sus rascacielos y chabolas. La mezcla perfecta entre modernidad y pobreza.

Además hemos tenido mala suerte y nos ha caído la peor tormenta hasta la fecha mientras buscábamos el apartamento. Las calles inundadas, y nosotros hasta las rodillas de agua, aunque gracias al cielo teníamos nuestros impermeables y hemos conseguido que nuestras mochilas llegaran sanas y salvas. Después de un día tan duro, hemos decidido descansar y dejar para mañana la exploración, ya que vamos a estar aquí unos días.

El segundo día hemos visitado Buda de Oro, uno de los templos más turísticos, Tha Lom, un pequeño callejón con grafitis que hace de galería de arte también, y nos hemos perdido paseando por la ciudad a gusto. También hemos viajado un poco en el «metro» marítimo, una serie de barcazas que hacen de taxi entre diferentes pantalanes de la ciudad y hemos llegado al Wat Soi Thong, en el que hemos disfrutado de una ceremonia con monjes mientras nos refugiábamos de la lluvia.

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