A través de Europa, versión extendida, Verano de 2018, Parte IV

Hoy nos toca un buen pedazo del viaje:  Polonia – Alemania – Holanda – Bélgica.

De Kaunas a Varsovia no había mucha distancia, pero la carretera es una nacional, no una autopista, y pasa por muchísimos pueblos, por lo que los 400 km se convirtieron en un viaje que duró casi todo el día: de Kaunas a Suwalki -Polonia- en camión, de Suwalki a un pueblo perdido de la mano de Dios a unos 100 km de Varsovia en otro camión, y ahí esperamos un buen rato hasta que otro señor nos recogió y nos dejó en una gasolinera a unos 30 km de ese sitio. Nada más bajarnos del coche, otro señor nos invitó al ver nuestras mochilas a que nos uniéramos a él, y nos dejó en el centro de Varsovia, donde conoceríamos a Hazem, nuestro anfitrión en esta ciudad.

Y llegando a Varsovia, ¡completamos los primeros 2.000 km de nuestro viaje en autostop!

En la capital pudimos disfrutar tanto de la gastronomía polaca como de su centro histórico -reconstruido casi en su totalidad después de la Segunda Guerra Mundial-: nos deleitamos con los bancos de Chopin -bancos a lo largo de la ciudad con música- la Columnata de Segismundo III en la Plaza Zamkowy, la Tumba al Soldado Desconocido, el Palacio de la Cultura y la Ciencia -que es el el símbolo arquitectónico más famoso de Varsovia-, la ciudad vieja, el Castillo Real, la Sirenita en la Plaza del Mercado, el Barbakán -parte de las murallas antiguas-, la casa de Marie Curie, la Catedral de San Juan de Varsovia, la Universidad, la Iglesia de San Kazimierz, el Centro de Ciencia de Copérnico y la Biblioteca Universitaria de Varsovia.

En cuanto a los lugares auténticos, buenos y baratos en los que comer, tenemos los llamados “bares de leche”, por unos 2 o 3 euros, has comido los típicos “piroguis”, muy parecidos a los “pelmenis” rusos, las katlietas o filetes de cerdo, la sopa de remolacha -como en casi todos los países de la zona-, y mi plato estrella de esta visita: el “Bigos” -plato nacional a base de col, embutidos, setas, ciruelas, y tiene un sabor que mezcla picante, agrio y dulce, y que se suele comer acompañado de carne de caza-.

Ah, y casi olvido mencionar el bote de setas silvestres que me regaló uno de los camioneros que nos acercó a Varsovia, porque quería que yo probara algo típico de su país.

Quiero hacer un pausa aquí, y agradecer a todos los camioneros que nos han ayudado desde que empecé a viajar haciendo autostop en enero, por su bondad y el buen trato que nos han dado, y que en más de una ocasión, nos han ayudado muchísimo en la carretera.

Después de esta visita exprés a Varsovia, salimos hacia Berlín, una de las ciudades que llevaba queriendo visitar desde hacía años… pero alir de Varsovia nos costó un poquito, una hora quizás -aunque no nos podíamos quejar, hemos tenido muchísima suerte durante este viaje, nuestro récord era de unos 10 minutos de espera, mientras que nuestra marca más lenta ha sido de 1h y media -exceptuando el primer día, que para salir de Vólogda esperamos 3 horas-, y un chico nos acercó hasta casi Poznan.

Allí, en la gasolinera, esperamos otro rato bajo el sol abrasador -por fin llegó el verano-, hasta que un alemán divertidísimo -un señor de unos 50 años, bebiendo bebidas energéticas, fumando como un carretero y escuchando música techno- nos recogió y nos llevo a nada más y nada menos que 250 km/h por la autopista hasta casi Berlín.

Sí, 250 km por hora. Recorrimos Polonia en 30 minutos. Menudos coches gastan los alemanes.

De la gasolinera en la que nos dejó, nos acercaron dos alemanes a Berlín y continuamos con la búsqueda de anfitriones en Couchsurfing, porque aún no teníamos, cosa que me estaba poniendo de los nervios -a Natasha no porque es super positiva y siempre piensa que encontraremos algo-.

Al final, esa noche decidimos pasarla en un albergue -tuvimos suerte de encontrar uno bien ubicado, barato y con habitación privada para los dos- y a la mañana siguiente conseguimos encontrar host: “Jey” como sería la pronunciación correcta (con “j” inglesa).

Nuestro nuevo anfitrión en Berlín no era ni más ni menos que un chico vietnamita increíble, escritor, fotógrafo, amante de la buena música, y con un estilo de vida muy peculiar, que nos trató de maravilla, nos recomendó varias cosas por ver y hacer, y hasta compartió con nosotros algunos almuerzos y algunas cervezas en un pub de Berlín, nos contó algunas de sus historias, en especial sobre sus fotografías, y nos dejó leer extractos de sus escritos, haciendo de esta experiencia couchsurfing una auténtica gozada.

Y de Berlín… ¿qué decir? Por un lado fue un gustazo poder visitar la capital que tanto ansiaba conocer desde hace años, con tantísima historia, monumentos, museos… Pero por el otro, un tanto masificada, con una carencia de alemanes -parecíamos estar en una capital artificial llena de extranjeros y carente de los típicos rubios de ojos claros- y un poco de polución -sin llegar a ser lo de París, que ya os contaré más adelante-.

¿Que qué vimos? Una cantidad abrumadora de cosas, pero lo más interesante fue conocer por fin a Julia Rauj, una chica austríaca de la que había oído hablar durante muchísimo tiempo, ¡amiga de casi todos mis amigos en Vólogda! Y con la que compartiríamos una tarde fantástica bebiendo cerveza -no os imagináis cómo echaba de menos eso, ya que en Rusia apenas puedo hacerlo por la diferencia cultural, vamos, puedo ir a tomar un té, pero no es lo mismo-.

El Checkpoint Charlie, Postdamer Platz, el Memorial a los judíos, la Puerta de Brandenburgo y el Reichstag, la Isla de los Museos -pudimos visitar el Museo de Pérgamo, donde veríamos las Puertas de Mileto y de Ishtar-, el barrio Kreuzberg -un barrio bastante especial en el que gracias al cielo no encontrarás ni un solo macdonals-, el muro, por supuesto, y un sinfín de lugares que me encantaron.

Y aquí debajo tenéis unas fotillos del Museo de Pérgamo (la Puerta de Ishtar y del mercado de Mileto… sin palabras):

Al día siguiente, Gia nos llevó a un lago cercano a su casa donde descansamos un poco con nuestra amiga Yulia -una de mis antiguas alumnas- y nos preparamos para salir hacia Greifswald, un pequeño pueblo al norte de Berlín en donde tenía lugar una semana estudiantil internacional -Natasha ha participado en varias ya y tenía interés en ver a algunos de sus conocidos- y donde nos encontraríamos con nuestra amiga Sasha.

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Así que pusimos rumbo a Rostock, donde nos quedamos atrapados sin mucha esperanza (después de haber llegado allí tras tres o cuatro «transbordos»), hasta que decidimos ir en dirección Hamburgo y cruzar la autopista de una gasolinera a la contraria, en sentido Greifswald. Y gracias a un polaco que iba en su furgoneta y un residente de Greifswald, alcanzamos nuestro destino y conocimos a Hannah, una chica super interesante estudiante de medicina y a Christian y Annabelle, con quienes nos alojamos al día siguiente.

Los tres hicieron que la visita a Greifswald nos sentara como un descanso merecido tras el ajetreo de la ciudad, y compartieron con nosotros un puñado de buenos momentos, risas y experiencias enriquecedoras.

Visitamos el centro de la ciudad, asistimos a la semana internacional estudiantil y conocimos a muchas personas, e incluso nos alejamos del centro para ir una playa a las que nos llevó Hannah, eso si, con tromba de agua incluída.

Dimos un paseo por las vías abandonadas del tren a salir de la ciudad, y empezamos a autoestopear en dirección Bremen. Salir de Greisfwald no fue muy complicado, nos recogió un director de orquesta que nos dejó en una gasolinera, de ahí a otra cercana ya a Bremen, en Bremen tuvimos un lío del copón, pero conseguimos salir de allí y dirigirnos a Bremerhaven gracias a tres turcos que hicieron del último tramo una de las mejores experiencias que he tenido este verano.

¿Que por qué? Pues porque mientras uno conducía, los otros dos nos invitaron a cenar, y a mí me invitaron a unas pocas de cervezas, todo esto mientras reíamos, brindábamos y aprendíamos algunas palabras en turco (intenté no abusar de su hospitalidad, pero se sentían ofendidos si no aceptábamos todo lo que compartían con nosotros).

¡Qué verdad más grande que los estereotipos y la ignorancia limitan más que los muros y los alambres de espino!

En fin, llegamos a Bremerhaven, a casa de nuestros amigos Sasha y Ruslán, los cuales trabajan en una organización adscrita al servicio europeo de voluntariado. Como siempre, nos hicieron sentir como en casa, y pudimos ver algunas cosas nuevas de Bremerhaven (no pudimos verlo todo en enero). A todo esto, las calles llenas de alemanes celebrando las primeras victorias de su equipo en el mundial.

También conocimos a algunos de sus amigos y tuvimos la oportunidad de reunirnos y jugar a algunos juegos de mesa mientras cenábamos juntos.

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Habiendo descansado algo más de un par de días, nos pusimos de nuevo en marcha, esta vez en dirección hacia Münster. A la salida de Bremerhaven, nos recogió un amable señor que nos llevó hasta Bremen.

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¿Recordáis lo que escribí sobre nuestro viaje en enero? ¿No? Bueno, lo repito: en enero, hicimos lo mismo, llegamos a Bremen, y pasamos cuatro largas horas esperando a que alguien se parase hasta que me puse de los nervios y llamé a un blablacar porque teníamos que llegar sí o sí a Colonia aquella noche (al día siguiente teníamos un vuelo hacia Moscú).

Pues el destino a veces es difícil de entender, y allí que nos quedamos OTRAS CUATRO HORAS. Esta vez no estaba preocupado, sabía que no debía estar en ningún lado al día siguiente, por lo que me daba igual quedarme seis días si hacía falta en Bremen.

Y pensé: ¡esta vez, salimos de esta ciudad haciendo autoestop como que me llamo Salvi!

Pues nada, a las 4 horas, llegó nuestra salvación -o no…-. Una chica que nos llevó a una gasolinera a unos… ¡5 kilómetros de la ciudad! Donde -atentos todos- esperamos… OTRAS CUATRO HORAS.

Vale, ahí empecé a desesperarme. ¿Qué demonios ocurre con Bremen? ¿Qué tiene esa ciudad que nos impide salir de ella? ¿Es una señal para que la visitemos? Por desgracia, todas estas preguntas quedaran sin respuesta hasta la próxima vez que la visite…

Al final de la noche, y un poco cansados, pues llevábamos 8 horas intentando SALIR de la ciudad, nos topamos con unos chicos que iban… TACHÁN TACHÁN… ¡a Münster!

Natasha siempre dice que si no nos recoge nadie, es que la persona que tiene que hacerlo, que es a la que de verdad merece la pena esperar, no ha llegado todavía -vamos, una manera positiva de pensar-. Así que nosotros esperamos ¡y hallamos!

Allí en Münster, nos quedamos con nuestra amiga Tsagana, a quien describí hace tiempo, pero para los nuevos, por si acaso, lo haré otra vez: nuestra amiga Tsagana es una chica especial; es guapa, simpática, buena, animada, y sorprende mucho a quien la conoce, porque es de Kalmykia, o en español Kalmukia, una región muy peculiar de Rusia.

Se la considera la capital budista de Europa, pues son descendientes de los mongoles que realizaban incursiones y que decidieron asentarse allí, en la zona del Cáucaso. En su territorio se pueden encontrar pagodas, mantras colgados por todos sitios, y por supuesto, sus habitantes tienen rasgos asiáticos.

Durante nuestras estancia en Münster, paseamos a lo largo del río, disfrutamos del lago, disfrutamos del buen tiempo, visitamos el centro de la ciudad, asistimos a algunos conciertos y hasta vimos algún castillo.

Tsagana estaba un poco ocupada, y tampoco nos quedamos mucho tiempo, así que aprovechamos el poco tiempo que estuvimos juntos, y continuamos nuestro viaje, solo que en vez de ir hacia el sur, decidimos visitar Holanda, ya que en enero la cruzamos en coche, pero no pudimos ver ninguna ciudad, y claro, ¡no era muy educado por nuestra parte!

En Múnster esperamos 5 minutos hasta que dos chicas se pararon y nos llevaron hasta casi la frontera -como curiosidad comentaré que tenían una lista de la que tacharon la frase “Realizar una buena acción hoy”-. Allí esperamos literalmente un minuto hasta que nos recogió un judío un poco asustado con el “gran hermano” -desde luego una de las personas mas divertidas con las que nos hemos topado-, el cual nos dejó a la salida de una ciudad holandesa en donde esperaríamos unos 15 minutos hasta que encontramos a otra persona para continuar.

Lo gracioso de Holanda, es que están acostumbrados a los autoestopistas, y se paran muchísimos coches, pero como el país es “enano”, ¡no hay nadie que te lleve a más de 50 kilómetros de tu posición!

Por eso hasta que llegamos a Ámsterdam, ¡tuvimos que autoestopear tres o cuatro coches más! Entre cada uno de ellos, no tuvimos que esperar más de 3 minutos, de hecho, nuestro record de 5 segundos fue al llegar a una gasolinera: Natasha aún dentro del coche, yo ya levantando el dedo mientras me ponía la mochila a la espalda, y un chico parándose y preguntando: ¿A la capital?

Este país es el paraíso del autoestopista. De verdad.

Y así es como llegamos a Ámsterdam, la Sodoma y Gomorra actual para turistas. Porque sí, es bonita, pero la primera impresión que tuve en el centro de la ciudad, fue que la población está formada por turistas fumados y bebidos, zampando comida rápida y con los ojos enrojecidos.

Pero al César, lo que es del César: los canales y la arquitectura son preciosos, y el barrio rojo es desde luego algo que no deja indiferente por lo insólito que resulta ver todo lo que hay allí.

Esa noche encontramos a última hora anfitrión. Jimmy, un amigo de una amiga de Natasha, que nos acogió durante un par de noches. La pega era que no vivía en Ámsterdam sino en Zaandam, un pequeño pueblo famoso porque fue visitado por el Zar de Rusia Pedro I “el Grande” y por sus paisajes con los molinos y los zuecos (ah, y el queso, no nos olvidemos del queso). También es famoso porque allí se encuentra la famosa «casa azul» de Monet.

Allí estuvimos unos días (incluso llegamos a probar el andar con zancos) hasta que nos cansamos del olor a marih… del paisaje, y haciendo autoestop continuamos hasta una gasolinera cerca de Breda, en donde nos recogieron Andreea y Phillip. Una pareja que estaba realizando su propio euro-trip pero en su coche.

Con ellos visitamos Breda, vimos su catedral y los canales, y después tuvieron la amabilidad de dejarnos en el mismo centro de Bruselas, ya que íbamos a encontrarnos con nuestra amiga Kama, la pintora polaca de la que os hablé hace unos meses.

Esta, fue una visita exprés que nos permitió poco más que encontrarnos con ella, disfrutar de su compañía y de algunos encuentros un tanto extraños pero interesantes, y de una cena maravillosa al aire libre. No vimos la ciudad, lo que para mí no fue gran cosa, ya que he estado allí unas tres veces al menos y me la se al dedillo.

Y por hoy es suficiente, ¡nos vemos en el final de nuestro viaje de ida en unos días! ¡Chao!

 

 

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